Belleza en lugar de cenizas: Cómo recibir sanidad emocional

Belleza en lugar de cenizas: Cómo recibir sanidad emocional

by Joyce Meyer
Belleza en lugar de cenizas: Cómo recibir sanidad emocional

Belleza en lugar de cenizas: Cómo recibir sanidad emocional

by Joyce Meyer

Paperback(Spanish-language Edition)

$14.99 
  • SHIP THIS ITEM
    Qualifies for Free Shipping
  • PICK UP IN STORE
    Check Availability at Nearby Stores

Related collections and offers


Overview

Many people seem to have it all together outwardly, but inside they are a wreck. Their past has broken, crushed, and wounded them inwardly. They can be healed. God has a plan, and Isaiah 61 reveals that the Lord came to heal the brokenhearted. He wants to heal victims of abuse and emotional wounding. Joyce Meyer is a victim of the physical, mental, emotional, and sexual abuse she suffered as a child. Yet today she has a nationwide ministry of emotional healing to others like herself. In Beauty for Ashes she outlines major truths that brought healing in her life and describes how other victims of abuse can also experience God's healing in their lives. You will learn: * How to Deal with the Emotional Pain of Abuse * How to Understand Your Responsibility to God for Overcoming Abuse * Why Victims of Abuse Often Suffer from Other Addictive Behaviors * How to Grab Hold of God's Unconditional Love * The Importance of God's Timing in Working Through Painful Memories.


Product Details

ISBN-13: 9781455504350
Publisher: FaithWords
Publication date: 03/21/2012
Edition description: Spanish-language Edition
Pages: 288
Product dimensions: 5.20(w) x 7.90(h) x 0.90(d)
Language: Spanish

About the Author

About The Author
Joyce Meyer es una de las principales maestras prácticas de la Biblia en el mundo. Su programa, Disfrutando la vida diaria, se transmite en cientos de cadenas de televisión y estaciones de radio en todo el mundo. Joyce ha escrito más de 140 libros inspiradores. Sus éxitos de mayor venta incluyen: Pensamientos de poder; Mujer segura de sí misma; Luzca estupenda, siéntase fabulosa; Empezando tu día bien; Termina bien tu día; Adicción a la aprobación; Cómo oír a Dios; Belleza en lugar de cenizas; y El campo de batalla de la mente. Joyce viaja haciendo conferencias durante todo el año y habla con miles de personas en todo el mundo. Vive en St. Louis, Missouri.

Read an Excerpt

Belleza en Lugar de Cenizas

Como Recibir Sanidad Emocional
By Joyce Meyer

FaithWords

Copyright © 2012 Joyce Meyer
All right reserved.

ISBN: 9781455504350

PARTE UNO

Antes estaba atada

Afligidos y encadenados, habitaban en las más densas tinieblas por haberse rebelado contra las palabras de Dios, por menospreciar los designios del Altísimo.

SALMO 107.10-11

1

Trofeos de gracia

EXTERIORMENTE PARECE QUE muchas personas tienen su vida en perfectas condiciones, pero por dentro están emocionalmente destrozadas porque fueron traumatizadas por medio del abuso. Una víctima de un trauma es alguien que ha sido herido física o emocionalmente por alguna conmoción repentina o importante que provocó un daño grave y duradero en el desarrollo psicológico de ese individuo.

Creo que hay muchas personas traumatizadas en el mundo que han sido abusados tanto en el pasado que son psicológicamente deficientes; no pueden funcionar normalmente en la vida cotidiana. Hay personas que han atravesado un trauma tan grande que sus emociones han quedado afectadas gravemente, porque soportaron algo tan doloroso que no lo pudieron ni contar.

Sobrevivir al trauma del abuso puede llevar a las personas a un estado de daño psicológico que les prohíba funcionar adecuadamente en sus relaciones con otros. Tales víctimas no entienden qué les pasa, ni saben cómo salir de sus patrones de conducta destructivos para poder llevar una vida normal. Esa era mi situación antes de aprender a obtener la victoria sobre el trauma en mi vida.

Buscando a Dios y leyendo su Palabra, descubrí que el principal interés del Señor es nuestra vida interior, porque es ahí donde disfrutamos de su presencia. Jesús dijo: «Dense cuenta de que el reino de Dios está entre ustedes» (Lucas 17.21, énfasis mío).

Este libro es un resumen de cómo Dios me enseñó a triunfar por medio de Cristo sobre la tragedia del abuso en mi vida. Después de pasar muchos años predicando su Palabra, Dios me llevó a 2 Corintios 2.14: «Sin embargo, gracias a Dios que en Cristo siempre nos lleva triunfantes y, por medio de nosotros, esparce por todas partes la fragancia de su conocimiento».

Una mañana del día de Acción de Gracias, comenzó a surgir dentro de mí un espíritu de agradecimiento mientras pensaba en todo lo que Dios había hecho por mí. Él habló a mi corazón ese día y me dijo: «Joyce, eres un trofeo de mi gracia, y me estás ayudando a conseguir otros trofeos». Entonces tuve una visión en la que vi una vitrina en el cielo llena de trofeos. Entendí que cuando alguien gana un trofeo, es porque esa persona es un campeón en lo que hace. Si alguien tiene un trofeo de béisbol, golf o bolos en su casa, es obvio que ha pasado mucho tiempo desarrollando una habilidad en esa área en particular.

Dios es el Campeón en llevar a personas de un lugar de destrucción a un lugar de victoria absoluta. Al llegar a ese lugar de victoria se convierten en trofeos de su gracia, y pasan a la vitrina como un recordatorio fragante de la bondad de Dios. Comparto mi testimonio en este libro para ayudar a aquellos que aún están en el proceso de convertirse en un trofeo para Dios.

Tanto por medio de las tragedias como de los triunfos, he aprendido que Jesús es mi Rey, y también quiere ser el tuyo. El reino sobre el cual Él desea gobernar es nuestra vida interior: nuestra mente, voluntad, emociones, deseos y pensamientos. La Palabra enseña claramente que «el reino de Dios no es cuestión de comidas o bebidas sino de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo. El que de esta manera sirve a Cristo, agrada a Dios y es aprobado por sus semejantes» (Romanos 14.17-18).

En otras palabras, si el reino de Dios gobierna dentro de nosotros, disfrutaremos de justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. También seremos aceptables a Dios y aprobados por los hombres. Jesús dijo que no debíamos preocuparnos por las cosas externas, como comida y ropa, sino que deberíamos buscar «primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas» (Mateo 6.33).

Antes que ninguna otra cosa, debemos buscar el reino de Dios, que está dentro de nosotros, y después todas nuestras preocupaciones externas serán atendidas. Cuando aceptamos a Jesús como nuestro Señor, Él gobierna en nuestra vida interior y con Él trae justicia, paz y gozo. A pesar de las dificultades o pruebas que podamos experimentar en nuestra vida exterior, si estamos completos interiormente, no solo sobreviviremos sino que también disfrutaremos nuestra vida.

Nuestra vida interior con Dios es mucho más importante que nuestra vida exterior. Por tanto, la sanidad emocional, a la que también me refiero como sanidad interior, es un asunto que tenemos que tratar de una manera bíblica y equilibrada que produzca buenos resultados. El apóstol Pablo dijo que «sabemos que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará también a nosotros con él y nos llevará junto con ustedes a su presencia» (2 Corintios 4.14). En los versículos 16-18 continuó:

Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que valen muchísimo más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno.

Todos estamos sujetos a lo que Pablo llamó «sufrimientos ligeros», y algunos de nosotros hemos sufrido lo que en ese entonces nos parecía un dolor emocional insoportable. Pero Jesús vino para «proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos» (Lucas 4.18-19).

La versión Reina Valera dice en el versículo 18 que Jesús dijo que vino para «sanar a los quebrantados de corazón». Según la Concordancia Exhaustiva Strong, la palabra traducida como quebrantado de corazón en este versículo es una combinación de dos palabras griegas, kardia que significa simplemente «corazón», y suntribo que significa «aplastar completamente, ej., hacer añicos… romper (en pedazos)… magullar». Creo que Jesús vino para sanar a los que están rotos por dentro, a los que están aplastados y heridos interiormente.

Si estás traumatizado por haber sufrido abusos, espero que este libro te sirva como un mapa de ruta para pasar de las cenizas de la devastación a la belleza de la salud y el bienestar en tu yo interior. Oro para que este mensaje sea para ti simple, claro y poderoso, y que el Espíritu Santo te capacite para seguirle hasta tu destino de paz y gozo.

Mi oración por ti es una paráfrasis de Efesios 3.16:

Oro para que seas fortalecido en el hombre interior a través del poder del Espíritu Santo y que Él more en lo más hondo de tu ser y personalidad.

También te animo a recordar siempre la promesa de Dios que se encuentra en Hebreos 13.5-6:

Porque Dios ha dicho: Nunca te dejaré; jamás te abandonaré. Así que podemos decir con toda confianza: El Señor es quien me ayuda; no temeré. ¿Qué me puede hacer un simple mortal?

2

Las cenizas del abuso

CREO QUE LA mayoría de la gente ha sufrido abusos de una u otra manera durante su vida. Casi todas las personas pueden recordar un momento de su vida en el que se sintieron maltratadas. También creo que hay multitudes de personas que han sufrido un trauma severo por el abuso que han recibido.

Algunas de las definiciones del verbo abusar son: «hacer un uso erróneo o impropio»; «ENGAÑAR»; «usar para dañar: MALTRATAR»; «atacar con palabras: INSULTAR». Las definiciones para el sustantivo abuso incluyen: «una práctica o costumbre corrupta»; «tratamiento o uso impropio o excesivo: MAL USO»; «un acto engañoso: ENGAÑO»; «lenguaje que condena o vilipendia… injustamente, desmedidamente y airadamente»; «maltrato físico».

Algunas formas de abuso comunes son: físico, verbal, mental, emocional y sexual. Cualquier forma de abuso continuado puede producir una raíz de rechazo en el individuo que ha sido maltratado, y ese sentimiento defensivo de falta de valía después puede causar mayores problemas en las relaciones interpersonales de ese individuo. Hoy vivimos en una sociedad llena de personas que no saben cómo llevarse bien con otras personas; aunque el abuso en sus vidas ha cesado, el residuo del trauma continúa afectando a su capacidad de relacionarse con otros.

Dios nos creó para amarnos y aceptarnos, pero el diablo trabaja duro para que sigamos sintiéndonos rechazados porque sabe que una falta de autoestima y los sentimientos de rechazo dañan a individuos, familias y amistades.

Los tipos de abuso mencionados anteriormente, ya sea en forma de relaciones rotas, abandono, divorcio, falsas acusaciones, exclusión de grupos, desprecio de los maestros y otras personas en autoridad, ser ridiculizado por los iguales—o cualquiera de los cientos de actos dañinos—pueden causar, y causan, heridas emocionales que llegan a ser un obstáculo en el esfuerzo que hacen las personas para mantener unas relaciones sanas y duraderas.

¿HAS SUFRIDO ABUSO?

Si te han tratado de manera errónea o inadecuada, eso puede afectar profundamente tu estado emocional. Pero para ser sanado del dolor del abuso, debes querer estar bien.

Uno de mis pasajes bíblicos favoritos (aunque alarmante) es Juan, capítulo 5. En el versículo 5, Jesús ve a un hombre tumbado junto al estanque de Betesda con una enfermedad que le había impedido caminar durante 38 años. Al conocer todo el tiempo que ese pobre hombre había estado en esa terrible condición, Jesús le preguntó: «¿Quieres quedar sano?» (v. 6).

¿Qué tipo de pregunta es esa para alguien que ha estado sufriendo durante tanto tiempo? Es una pregunta adecuada, porque no todos quieren ponerse bien con el empeño necesario como para hacer lo que les piden. Las emociones heridas pueden convertirse en una cárcel que encierra al yo y excluye a otros. Pero Jesús vino para abrir las puertas de la cárcel y liberar a los cautivos (ver Lucas 4.18-19).

Ese hombre en Betesda, como muchas otras personas en la actualidad, había tenido una invalidez durante mucho, mucho tiempo. Estoy segura de que después de 38 años habría aprendido a funcionar con su invalidez. Las personas que están en una prisión funcionan, pero no son libres. Sin embargo, algunas veces los prisioneros, ya sean físicos o emocionales, están tan acostumbrados a estar atados que aceptan su condición y aprenden a vivir con ella.

¿Eres tú un «prisionero emocional»? Si es así, ¿cuánto tiempo has estado en esa condición? ¿Es una invalidez? ¿Quieres ser liberado de ello? ¿Realmente quieres estar bien? Jesús quiere sanarte. Él está dispuesto, ¿y tú?

¿QUIERES SER LIBRE Y ESTAR BIEN?

Obtener la libertad de una atadura emocional no es fácil. Seré sincera desde el principio y diré, a quemarropa, que para muchas, muchas personas, ser libre del dolor del pasado no será fácil. Puede que esta discusión provoque sentimientos y emociones que ellos han estado intentando esconder en vez de afrontar. Quizá tú seas una de esas personas.

Puede que hayas experimentado sentimientos y emociones en el pasado muy dolorosos de tratar, por eso cada vez que han subido a la superficie de tu memoria le has dicho a Dios: «¡Señor, aún no estoy preparado! ¡Afrontaré el problema más adelante!» Este libro tratará el dolor emocional causado por lo que otros puedan haberte hecho, y también tu responsabilidad ante Dios para vencer esos traumas a fin de recuperarte.

A algunas personas (de hecho, un gran número de personas) les cuesta mucho aceptar la responsabilidad de su propia salud emocional. En estas páginas, trataremos de forma práctica el perdón, la ira reprimida, la autocompasión, el síndrome del resentido, la actitud de que otros me deben y muchas, muchas otras actitudes malignas que hay que limpiar si quieres recuperarte del todo.

Quizá estés pensando: ¿Y quién tratará con la persona que me hirió? Llegaremos también a ese asunto. A lo mejor te preguntas: ¿Qué le hace pensar a esta mujer que es una autoridad en el tema de las emociones, y en especial de las mías? Quizá tengas preguntas que quisieras hacerme, como: «¿Tienes la carrera de psicología? ¿Dónde estudiaste? ¿Has pasado por algunas de las cosas por las que yo estoy pasando? ¿Cómo sabes lo que es estar en una prisión emocional?»

Tengo respuestas para todas esas preguntas, y si tienes el valor necesario para hacer frente a tu situación y has decidido que realmente quieres recuperarte, entonces sigue leyendo.

YO SUFRÍ ABUSOS

Mi escuela, carrera, experiencia y títulos para enseñar sobre este tema vienen de la experiencia personal. Siempre digo: «Yo me gradué de la escuela de la vida». Repito las palabras del profeta Isaías como mi diploma:

El Espíritu del Señor Omnipotente está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a sanar los corazones heridos, a proclamar liberación a los cautivos y libertad a los prisioneros, a pregonar el año del favor del Señor y el día de la venganza de nuestro Dios, a consolar a todos los que están de duelo, y a confortar a los dolientes de Sión. Me ha enviado a darles una corona en vez de cenizas, aceite de alegría en vez de luto, traje de fiesta en vez de espíritu de desaliento. Serán llamados robles de justicia, plantío del SEÑOR, para mostrar su gloria. (Isaías 61.1-3, énfasis mío)

Dios ha cambiado mis cenizas por belleza y me ha llamado a ayudar a otros a que aprendan a permitir que Dios haga lo mismo por ellos.

Yo sufrí abusos sexuales, físicos, verbales, mentales y emocionales desde que tuve uso de razón hasta que finalmente me fui de mi casa a los 18 años de edad. De hecho, varios hombres abusaron de mí en mi infancia. He sido rechazada, abandonada, traicionada y divorciada. Sé lo que es ser una «prisionera emocional».

Mi propósito al escribir este libro no es contar todo mi testimonio en detalle, sino darte lo suficiente de mi propia experiencia para que creas que sé lo que significa que te hieran. Puedo enseñarte cómo recuperarte del dolor y el trauma del abuso. Quiero ayudarte, y puedo hacerlo mejor si realmente crees que entiendo por lo que estás pasando.

Antes de empezar a hablar de los detalles de mi infancia y compartir algunas de las cosas que experimenté, quisiera decir que no pretendo en manera alguna degradar a mis padres con algunas de las cosas que cuento. Desde que se publicó este libro por primera vez, Dios ha sido fiel en restaurar mi relación con ellos.

Pero he aprendido que las personas heridas hieren a otras personas; que la mayoría de las personas que hieren a otros es porque anteriormente alguien les ha herido a ellos. Dios me ha permitido decir por su gracia: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

Cuento esta historia con el único propósito de ayudar a otros que, al igual que yo, han sufrido abusos.

3

La comunión del temor

DEBIDO AL ABUSO sexual y emocional al que fui sometida en casa, toda mi infancia estuvo llena de temor. Mi padre me controlaba con su enojo e intimidación. Nunca me forzó físicamente a someterme a él, pero yo tenía tanto miedo de su enojo que hacía cualquier cosa que me pidiera. Me forzó a que fingiera que me gustaba lo que me hacía, y que quería que él lo hiciera.

Las pocas veces en que intenté tímidamente hablar con sinceridad sobre mi situación fue devastador. La violenta reacción de mi padre—su vociferio y desvarío—me asustaba tanto que pronto aprendí a hacer todo lo que él me decía sin objetar. Creo que mi incapacidad de expresar mis verdaderos sentimientos sobre lo que me estaba ocurriendo, y el hecho de ser forzada a actuar como si disfrutara de las cosas perversas que él me hacía, me causaron unas profundas heridas emocionales.

Mi padre trabajaba por las tardes y llegaba a casa alrededor de las once o doce de la noche. Recuerdo que todo mi cuerpo se llenaba de temor en el momento en que oía su llave abriendo la cerradura. Me ponía toda rígida, porque nunca sabía si iba a venir a mi cuarto e intentar ponerme sus manos encima, o si llegaría enloquecido por algo que no le gustaba.

Una de las cosas más difíciles para mí era la falta de estabilidad por no saber nunca qué esperar; vivía con el temor de no saber nunca lo que podía o no podía hacer. Un día hacía algo, y mi padre lo aceptaba, pero podía hacer exactamente lo mismo unos días después y mi padre me abofeteaba por ello.

El temor era mi compañero constante: temor a mi padre, temor a su enojo, temor a ser expuesta, temor a que mi madre descubriera lo que estaba ocurriendo y temor a tener amigos.

Mi temor a tener amigos estaba producido por dos factores: si eran chicas, temía que mi padre intentara hacerles caer también en su trampa. Si eran chicos, temía que mi padre les hiciera daño a ellos o a mí. Él me acusaba violentamente de tener relaciones sexuales con amigos de la escuela. No permitía que nadie se acercara a mí porque yo le «pertenecía».

Mientras estaba en la secundaria, nunca me permitió ir a un partido de fútbol, de béisbol o de baloncesto. Yo intentaba hacer amistades en la escuela, pero nunca permitía que las relaciones se desarrollaran hasta el punto de poder invitar a casa a mis nuevos amigos. No permitía que nadie sintiera la libertad de ir a buscarme a casa. Si sonaba el teléfono y la llamada era para mí, me ponía a temblar pensando: Espero que no sea nadie de la escuela.

Durante todo el tiempo en que tuve que lidiar con el temor a tener amigos y estar sola, seguía sin estar dispuesta a involucrar a nadie en lo que podía ser un desastre para ellos, y algo que sin duda me causaría aún más vergüenza.

¡TEMOR! ¡TEMOR! ¡TEMOR!

Mi padre bebía mucho los fines de semana, y con frecuencia me llevaba con él a sus rondas de bebida y me usaba físicamente a su antojo. Muchas veces llegaba enojado a casa y pegaba a mi madre. Una vez le golpeó porque dijo que la nariz de mi madre era grande. A mí no me golpeaba muy a menudo, pero creo que verle pegar a mi madre sin tener razón me hacía tanto daño como si me hubiera golpeado a mí.

Mi padre controlaba todo lo que ocurría a su alrededor. Decidía a qué hora nos levantábamos y cuándo debíamos irnos a dormir; qué comíamos, vestíamos y lo que gastábamos; con quien íbamos; qué veíamos en televisión; en definitiva, controlaba toda nuestra vida. Era verbalmente abusivo tanto con mi madre como conmigo, y al final con mi único hermano, que nació cuando yo tenía nueve años. Recuerdo que tenía muchas ganas de que el bebé fuera una niña. Pensaba que quizá si hubiera otra niña en la familia a mí me dejaría tranquila, al menos parte del tiempo.

Mi padre maldecía casi continuamente, usando un lenguaje sucio y extremadamente vulgar. Criticaba todo y a todos. Opinaba que ninguno de nosotros hacíamos nunca nada bien, y que nunca llegaríamos a ser nada. La mayoría del tiempo, nos recordaba que «no éramos buenos».

A veces mi padre era justamente lo contrario. Nos daba dinero y nos decía que nos fuéramos de compras; a veces incluso nos compraba regalos. Era manipulador y coactivo. Hacía todo lo que tuviera que hacer para conseguir lo que quería. Otras personas no tenían valor para él excepto para usarlas egoístamente.

No había paz en nuestro hogar. De hecho, yo no supe lo que era una paz real hasta que fui adulta y había estado inmersa en la Palabra de Dios durante muchos años.

Nací de nuevo a la edad de nueve años mientras visitaba a unos familiares en otra ciudad. Una noche asistí con ellos a la iglesia, intentando encontrar salvación. Ni siquiera sé cómo sabía que necesitaba ser salva, excepto que Dios debió de haber puesto ese deseo en mi corazón. Recibí a Jesucristo como mi Salvador aquella noche y experimenté una limpieza maravillosa. Antes de ese momento siempre me había sentido sucia debido al incesto. Ahora, por primera vez, me sentí limpia, como si hubiera recibido un baño interior. Sin embargo, como el problema no se había ido, cuando regresé a casa regresaron también mis viejos sentimientos. Pensaba que había perdido a Jesús, así que nunca conocí el gozo y la paz interior verdaderos.

LA TRACIÓN

¿Y qué de mi madre? ¿Dónde encaja ella en todo esto? ¿Por qué no me ayudó? Tenía ocho o nueve años cuando le conté a mi madre lo que estaba ocurriendo entre mi padre y yo. Ella me examinó y confrontó a mi papá, pero él dijo que yo estaba mintiendo, y ella escogió creerle a él en vez de a mí. ¿Qué mujer no quisiera creer a su esposo en una situación así? Creo que en el fondo de su corazón, mi madre sabía la verdad, solo que esperaba estar equivocada.

Cuando yo tenía catorce años, un día ella entró en la casa, al regresar más temprano de lo esperado del supermercado, y sorprendió a mi padre abusando de mí sexualmente. Ella miró, se fue y regresó dos horas después, actuando como si nunca hubiera estado allí.

Mi madre me traicionó.

No me ayudó, y debería haberlo hecho.

Muchos, muchos años después (exactamente treinta años después), me confesó que no fue capaz de hacer frente al escándalo. ¡Durante treinta años nunca lo mencionó! Durante todo ese tiempo ella había estado sufriendo una crisis nerviosa. Todos los que la conocían echaron la culpa al «cambio de la vida».

Durante dos años estuvo bajo tratamientos de choque, lo que temporalmente borró partes de su memoria. Ninguno de los doctores sabía exactamente lo que le estaban ayudando a olvidar, pero todos coincidían en que tenía que olvidar algo; era obvio que había algo en su mente que estaba acabando con su salud mental.

Mi madre decía que su problema estaba causado por su condición física. Tuvo un tiempo especialmente difícil durante ese período de su vida debido a serios problemas femeninos a temprana edad. Después de sufrir una histerectomía a los 36 años de edad, experimentó una menopausia prematura. En ese entonces, la mayoría de los doctores no creían en dar hormonas a las mujeres, así que fue un tiempo muy difícil para ella. Parece que todo lo que estaba viviendo era más de lo que podía soportar.

Personalmente, siempre creeré que la crisis emocional de mi madre fue el resultado de los años de abuso que había soportado, y el hecho de que rehusó afrontarlo y tratarlo. Recuerda que en Juan 8.32 nuestro Señor nos dijo: «Y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres».

La Palabra de Dios es verdad, y si se aplica, tiene un poder inherente para liberar a los cautivos. La Palabra de Dios también nos hace afrontar los problemas de nuestra vida. Si decidimos darnos la vuelta y alejarnos cuando el Señor dice que nos quedemos y afrontemos, permaneceremos en esclavitud.

ME FUI DE CASA

A los dieciocho años de edad me fui de casa mientras mi padre estaba trabajando. Poco después, me casé con el primer joven que mostró interés por mí.

Al igual que yo, mi nuevo esposo tenía muchos problemas. Era un hombre manipulador, ladrón y timador. La mayoría del tiempo ni siquiera trabajaba. Nos mudamos muchas veces, y una vez me abandonó en California dejándome tan solo con diez centavos y un cartón de botellas de refresco. Yo tenía miedo, pero como estaba acostumbrada al temor y al trauma, probablemente no me afectó tanto como le hubiera afectado a una persona con menos «experiencia».

Mi esposo también me abandonó varias veces simplemente yéndose durante el día mientras yo trabajaba. Cada vez que se iba, lo hacía en períodos que iban de entre varias semanas a varios meses. Luego repentinamente volvía a aparecer, y yo escuchaba su dulce charla y disculpas y le volvía a aceptar, solo para que volviera a hacer lo mismo una y otra vez. Cuando estaba conmigo, bebía constantemente y tenía relaciones con otras mujeres regularmente.

Durante cinco años jugamos a lo que llamamos el matrimonio. Los dos éramos muy jóvenes, solo dieciocho años, y ninguno de los dos había tenido un buen modelo de padres. Estábamos totalmente mal equipados para ayudarlos el uno al otro. Mis problemas se complicaron más tras un aborto no provocado a los veintiún años y el nacimiento de mi hijo mayor cuando tenía solo veintidós. Eso ocurrió durante el último año de nuestro matrimonio. Mi esposo me abandonó y se fue a vivir con otra mujer que vivía a dos manzanas de nuestra casa, diciéndole a todo el mundo que el hijo que yo llevaba no era suyo.

Me acuerdo de estar peligrosamente cerca de perder la cordura durante el verano de 1965. Durante mi embarazo, perdí peso porque no comía. Sin amigas, dinero ni seguro, fui de clínica en clínica viendo a un doctor diferente cada vez que tenía una revisión. De hecho, los doctores que veía eran estudiantes en prácticas. No podía dormir, así que comencé a tomar pastillas para dormir. Gracias a Dios que no nos afectaron ni a mi bebé ni a mí.

Ese verano la temperatura subió a más de 40 grados, y no había ventilador ni aire acondicionado en el ático en el que vivía. Mi única posesión material era un viejo automóvil que se estropeaba continuamente. Como mi padre había insistido siempre en que algún día necesitaría su ayuda y regresaría a él a gatas, estaba decidida a hacer cualquier cosa menos eso, aunque no supiera lo que era.

Me acuerdo de estar bajo tal presión mental que me sentaba y miraba fijamente a las paredes o por la ventana durante horas, sin siquiera saber lo que estaba haciendo. Trabajé hasta que fue el tiempo de que naciera mi bebé. Cuando tuve que dejar mi trabajo, mi peluquera y su madre me acogieron.

Mi bebé se retrasó cuatro semanas y media. Yo no sabía qué esperar, ni tenía idea alguna de cómo cuidarle cuando naciera. Cuando llegó el bebé, mi esposo apareció por el hospital. Como el bebé se parecía mucho a él, no tuvo forma de negar que fuera suyo. Volvió a decir que lo sentía y que iba a cambiar.

Cuando llegó el momento de darme el alta en el hospital, no teníamos dónde vivir, así que mi esposo se contactó con la ex mujer de su hermano, que era una mujer cristiana maravillosa, y nos dejó vivir con ella durante un tiempo hasta que pude volver a trabajar.

Creo que te podrás imaginar con estos pocos detalles cómo era mi vida. ¡Era algo ridículo! No había estabilidad alguna en toda mi existencia, y la estabilidad era algo que necesitaba y anhelaba desesperadamente.

Finalmente, en el verano de 1966, llegué al punto de no importarme lo que me ocurriera. No podía soportar la idea de estar más tiempo con mi marido. No respetaba ni lo más mínimo a ese hombre, especialmente cuando, para colmo de males, en ese entonces comenzó a tener problemas con la ley. Tomé a mi hijo y una maleta y nos fuimos. Me fui a la cabina de teléfono de la esquina y llamé a mi padre para preguntarle si podía regresar a casa. ¡Por supuesto que aceptó encantado!

Cuando llevaba viviendo en casa un par de meses, supe que me habían dado el divorcio. Eso fue en septiembre de 1966. En ese entonces la salud mental de mi madre estaba empeorando día a día. Había comenzado a tener arrebatos de violencia, acusando a los dependientes de las tiendas de robarle, amenazando a la gente con la que trabajaba por detalles insignificantes. Incluso comenzó a llevar un cuchillo en su bolso. Despotricaba a todas horas por todo. Recuerdo especialmente una noche en la que me pegó con una escoba, ¡porque no había barrido el piso del baño! Mientras sucedía todo eso, yo me encargaba de esquivar a mi padre. En la medida de lo posible evitaba quedarme a solas con él.

En pocas palabras, mi vida era un completo infierno.

Para «divertirme», comencé a ir a bares los fines de semana. Supongo que estaba buscando alguien que me amara. Bebía un poco, pero raras veces lo suficiente como para emborracharme. Realmente nunca me preocupé mucho de la bebida. También evitaba acostarme con los hombres que conocí. Aunque mi vida era un caos, había un profundo deseo en mí de ser buena y pura.

Confundida, temerosa, solitaria, desanimada y deprimida, oraba a menudo: «Querido Dios, por favor permite que sea feliz… algún día. Dame a alguien que realmente me ame, y que sea alguien que me lleve a la iglesia».

MI CABALLERO DE BRILLANTE ARMADURA

Mis padres vivían en un apartamento de su propiedad, útil para dos familias. Uno de sus inquilinos trabajaba con un hombre llamado Dave Meyer. Una noche Dave llegó para recoger a su amigo para ir a la bolera. Yo estaba lavando el auto de mi madre. Me vio e intentó flirtear conmigo, pero yo solía ser muy sarcástica. Me preguntó si quería lavar su auto cuando terminara con el mío, a lo que respondí: «Si quieres tener el auto limpio, ¡lávalo tú!». Debido a mi experiencia con mi padre y mi primer esposo, no confiaba para nada en los hombres, ¡y me estoy quedando corta!

Sin embargo, quien dirigía a Dave era el Espíritu de Dios. Era un hombre que había nacido de nuevo, había sido bautizado en el Espíritu Santo y amaba a Dios con todo su corazón. A los veintiséis años de edad, también estaba listo para casarse y había estado orando seis meses a Dios para que le guiara a la mujer correcta. ¡Incluso le había pedido al Señor que fuera una mujer que necesitara ayuda!

Como Dave estaba bajo la guía del Señor, mi sarcasmo solo sirvió para animarle, en vez de para insultarle. Después le dijo a su amigo del trabajo que le gustaría tener una cita conmigo. Al principio no quise, pero después cambié de opinión. Habíamos salido juntos cinco veces cuando Dave me pidió que me casara con él. Me dijo que sabía desde la primera noche que salimos juntos que quería que yo fuera su esposa, pero que había decidido esperar unas semanas más antes de proponerme matrimonio, para que no me asustase.

Por mi parte, yo ciertamente no sabía lo que era el amor, y no estaba desesperada por estar junto a otro hombre. Sin embargo, como las cosas cada vez estaban peor en casa, y como vivía con un pánico total todo el tiempo, decidí que cualquier cosa sería mejor que lo que estaba viviendo en ese momento.

Dave me preguntó si querría ir a la iglesia con él, algo a lo cual accedí. Recuerdo que una de mis peticiones de oración había sido que cuando el Señor me diera a alguien a quien amar, fuera una persona que me llevara a la iglesia. Yo deseaba mucho vivir una vida cristiana, pero sabía que necesitaba a alguien fuerte que dirigiera el camino. Dave también me prometió ser bueno con mi hijo pequeño, que tenía diez meses cuando nos conocimos. Yo le había llamado David, que era el nombre de mi hermano y mi nombre favorito de niño. Aún me sorprendo de la forma en que el Señor estaba llevando a cabo un plan bueno para mí, justo en medio de mi desesperación más oscura.

Dave y yo nos casamos el 7 de enero de 1967, ¡pero no «fuimos felices y comimos perdices»! El matrimonio no resolvió mis problemas, ni tampoco que yo fuera a la iglesia. Mis problemas no estaban en mi vida en el hogar o en mi matrimonio, sino en mí, en mis emociones heridas y paralizadas.

El abuso deja a una persona emocionalmente inválida, incapaz de mantener relaciones saludables y duraderas sin algún tipo de intervención. Yo quería dar y recibir amor, pero no podía. Al igual que mi padre, controlaba, manipulaba, me enojaba, era negativa, autoritaria y crítica. Me convertí en todo aquello con lo que había crecido. Llena de autocompasión, era verbalmente abusiva, deprimida y amargada. Podría seguir describiendo mi personalidad sin poner fin, pero estoy segura de que ya tienes una idea de cómo era.

Estaba integrada en la sociedad. Yo trabajaba, Dave trabajaba, íbamos juntos a la iglesia; a ratos nos llevábamos bien, solo porque Dave era una persona con la que era muy fácil convivir. Normalmente me dejaba hacer las cosas a mi manera, pero cuando no lo hacía me enojaba. Según mi opinión, yo siempre tenía razón en todo. Para mí, yo no tenía ningún problema; siempre era culpa de algún otro.

Ahora, acuérdate que yo había nacido de nuevo, amaba a Jesús, creía que mis pecados habían sido perdonados y que iría al cielo al morir, pero no tenía ni victoria, ni paz, ni gozo en mi diario vivir. Aunque creía que los cristianos debían ser felices, ¡ciertamente yo no lo era! Ni siquiera sabía lo que era la justicia imputada a través de la sangre de Jesús. Me sentía condenada todo el tiempo. Estaba fuera de control. La única vez que no me odiaba era cuando estaba trabajando para alcanzar alguna meta personal que pensaba que me daría un sentimiento de valía personal.

Seguía pensando que si las cosas cambiaran, si otras personas cambiaran, entonces no habría problemas. Si mi marido, mis hijos, mis finanzas o mi salud fueran diferentes; si pudiera irme de vacaciones, tener un auto nuevo, comprarme un vestido nuevo; si pudiera salir de casa, encontrar un trabajo, ganar más dinero, entonces sería feliz y me sentiría realizada. Siempre hacía lo que se describe en Jeremías 2.13, estaba cavando pozos que no tenían agua.

Estaba cometiendo el frustrante y trágico error de intentar encontrar el reino de Dios, que es justicia, paz y gozo (ver Romanos 14.17), en personas y cosas. Lo que no comprendía es que el reino de Dios está dentro de nosotros, como explicó el apóstol Pablo: «… que es Cristo en ustedes, la esperanza de gloria» (Colosenses 1.27). Jesús dijo: «Dense cuenta de que el reino de Dios está entre ustedes» (Lucas 17.21, énfasis mío). Tenía que encontrar mi gozo en Cristo, pero me llevó muchos años descubrir eso.

Intenté ganar la justicia siendo buena, a través de obras de la carne. Estaba en el comité de evangelismo y en el consejo de la iglesia. Mi esposo era anciano en la iglesia. Nuestros hijos iban a una escuela parroquial. Intentaba hacer las cosas bien. Intentaba e intentaba e intentaba, y a la vez parecía que era incapaz de dejar de cometer errores. ¡Me sentía cansada, quemada, frustrada y desgraciada!

IGNORABA SINCERAMENTE EL PROBLEMA

Nunca se me ocurrió que estaba sufriendo debido a los años de abuso y de rechazo que había pasado. Pensaba que todo aquello lo había dejado atrás. Era cierto que ya no me ocurría físicamente, pero todo estaba grabado en mis emociones y en mi mente. Aún sentía sus efectos, y seguía actuando en base a ellos.

¡Necesitaba sanidad emocional!

Legalmente, era una nueva criatura en Cristo. La Palabra dice: «Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!» (2 Corintios 5.17-18). Pero en la experiencia, aún no estaba viviendo la realidad de la nueva creación. Vivía en base a mi propia mente, voluntad y emociones, que estaban dañadas. Jesús había pagado el precio de mi liberación completa, pero yo no tenía ni idea de cómo recibir su misericordioso regalo.

4

Adicciones de la conducta causadas por el abuso

LO PRIMERO QUE debemos comprender es que el fruto en nuestra vida (nuestra conducta) viene de algún lugar. Una persona que es violenta lo es por alguna razón; el mal comportamiento es como el mal fruto de un mal árbol con malas raíces. El fruto podrido viene de raíces podridas; el buen fruto viene de buenas raíces.

Es importante que examines de cerca tus raíces. Si son desagradables, dañinas o abusivas, la buena noticia es que puedes ser desarraigado de esa mala tierra y ser trasplantado a la tierra buena de Cristo Jesús. Puedes ser arraigado y cimentado en Él y en su amor: «Para que por fe Cristo habite en sus corazones. Y pido que, arraigados y cimentados en amor, puedan comprender, junto con todos los santos, cuan ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo» (Efesios 3.17-18).

La Palabra enseña: «Arraigados y edificados en él, confirmados en la fe como se les enseñó, y llenos de gratitud» (Colosenses 2.7).

Jesús te injertará en Él mismo. Cuando tú, una rama, seas injertada en Él, que es la vid (ver Juan 15.5), comenzarás a recibir toda la «savia» (las riquezas de su amor y su gracia), que fluyen de Él. En otras palabras, si mientras creciste no recibiste lo que necesitabas para estar bien y saludable, con gusto Jesús te lo dará ahora.

En mi propia vida había mucho fruto malo, el cual yo seguía intentando hacer desaparecer de mí. Trabajaba mucho intentando comportarme correctamente, pero parecía que independientemente de qué tipo de mala conducta intentara corregir, siempre había otras dos o tres nuevas que surgían. Era como intentar acabar con semillas de diente de león. Yo seguía arrancando la parte visible, pero no llegaba a la raíz oculta del problema. La raíz estaba viva y seguía produciendo una nueva cosecha de problemas.

Como revelan las siguientes ilustraciones, la raíces podridas dan fruto podrido, pero el buen fruto viene de las buenas raíces.

Como ilustración, el Señor me dio este ejemplo. ¿Alguna vez has notado un mal olor al abrir la puerta del refrigerador? Inmediatamente supiste que algo se había estropeado, pero para descubrir qué era lo que estaba causando el olor, tuviste que sacar todo lo que había dentro.

El mismo principio se aplica a tu vida personal. Si tienes problemas emocionales, podría ser que hubiera algo estropeado dentro de ti. Puede que tengas que hacer una búsqueda, vaciar algunas cosas e incluso sacarlo fuera para llegar a la fuente del problema y poner remedio para que todo pueda ser fresco y nuevo.

Recuerda: desarraigar puede ser traumático y doloroso. Volver a ser plantado, ser arraigado y cimentado es un proceso que lleva tiempo. Es a través de la fe y la paciencia como heredamos las promesas de Dios (ver Hebreos 6.12), así que sé paciente.

Dios es el autor y consumador (ver Hebreos 12.2, RVR 1960). Él terminará lo que ha comenzado en ti: «Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús» (Filipenses 1.6).

MAL FRUTO

Yo tenía tanto fruto malo en mi vida que experimentaba ataques regulares de depresión, negativismo, autocompasión, mal humor y el síndrome del resentido. Tenía un espíritu dominante y controlador. Era dura, ruda, rígida, legalista y crítica. Tenía rencor y mucho temor, especialmente a ser rechazada.

Yo era una persona por dentro y otra por fuera. Fingía ser muy segura, y en algunas cosas lo era, pero seguía teniendo una baja autoestima. Mi supuesta confianza realmente no estaba basada en quién era yo en Cristo, sino en la aprobación de otros, en mi apariencia y logros, y en otros factores externos. Muchas personas piensan que son seguras, pero si les arrebatan su exterior más superficial, ¡se echan a temblar! Yo estaba confundida e interiormente llena de agitación.

Tengo la gran bendición de poder decir que nunca me volví adicta a las drogas o al alcohol. Fumaba cigarrillos, pero no tenía dependencia de otras sustancias químicas. Sencillamente no me gustaba el alcohol. Tomaba unos tragos, pero en cuanto empezaba a sentirme mareada, dejaba de beber.

Siempre tuve mucho autocontrol. Formaba parte de mi personalidad no dejar que nada me controlara, así que me mantuve alejada de las drogas. Creo que el hecho de que mi padre hubiera controlado mi vida durante tanto tiempo produjo una determinación en mí que no hubiera conseguido de ninguna otra manera. Aunque no podía controlar mis problemas internos, parecía que tenía sabiduría para mantenerme alejada de las cosas que podrían hacerme dependiente de ellas.

En un tiempo tomé pastillas para adelgazar porque siempre tenía un sobrepeso de unos doce kilos. Aunque me las recetó un médico, me hacían acelerarme. Eran anfetaminas, pero yo no tenía ni idea de que eran dañinas. ¡Me encantaba cómo me hacían sentir durante todo el día! Cuando las tomaba, podía trabajar como una máquina, limpiar la casa, ser creativa y amigable; tenía mucha, mucha energía. Pero cuando se pasaba el efecto, ¡me sentía agotada!

Aunque no perdía peso, las pastillas me quitaban el apetito, hasta que se pasaba el efecto. No comía durante el día, pero por la noche me sentía tan decaída que compensaba lo que no había ingerido durante el día. Recuerdo debatir sobre si debía ir a que me las recetaran de nuevo o no, aunque dentro de mí sabía que me haría adicta a las pastillas si seguía tomándolas, así que dejé de tomarlas.

Ahora me doy cuenta de que la capacidad para evitar cosas que podían haberme destruido vino como resultado de haber recibido a Jesús cuando tenía nueve años. Aunque yo no sabía ni tan siquiera cómo tener una relación verdadera con el Señor, Él siempre estuvo conmigo y me enseñó de formas que yo no reconocí en aquel momento por mi falta de conocimiento. Años después, me quedaron claras esas bendiciones.

Sé que la gracia de Dios y su misericordia me evitaron problemas serios, como la delincuencia, las drogas, el alcoholismo y la prostitución. Estoy agradecida al Señor y aún sorprendida de cómo me guardó. Aunque no tuve ese tipo de problemas, tuve muchos otros. Las malas raíces habían causado mi mal fruto.

FINGIR

Era una persona triste e infeliz, y a la vez, como tantas otras personas, fingía que todo estaba bien. Los seres humanos fingimos por el bien de otros, por no querer que ellos sepan de nuestra desgracia, pero también fingimos para nosotros mismos a fin de no tener que hacer frente y tratar los asuntos difíciles.

No creo que alguna vez me diera cuenta realmente de lo desgraciada que me sentía hasta que pasé algún tiempo en la Palabra de Dios y comencé a experimentar cierta sanidad emocional. Si una persona nunca ha conocido la verdadera felicidad, ¿cómo puede saber lo que se está perdiendo? No recuerdo haber estado nunca totalmente relajada y verdaderamente feliz cuando era niña. No creo que nadie pueda disfrutar de la vida viviendo en constante temor.

Recuerdo que una tarde Dave me habló sobre su infancia después de estar ya casados. Él creció con siete hermanos y hermanas. En su hogar hubo mucho amor y diversión durante su niñez. Pasaban los veranos en el campo haciendo picnics, jugando a la pelota, con amigos, y con una madre cristiana que jugaba con ellos y les enseñaba sobre Jesús. No tenían mucho dinero porque el padre de Dave había muerto de una enfermedad hepática producida por el alcoholismo. Sin embargo, la influencia, oraciones y ejemplo cristiano de la madre de Dave mantuvieron a la familia libre de problemas. Tenían amor, que es lo que todos necesitamos y para lo que fuimos creados.

Cuando Dave compartió conmigo esa noche todos los buenos momentos que él y su familia tuvieron y cuánto disfrutó sus años jóvenes, de repente me di cuenta de algo que no me gustó. ¡No pude recordar ni un solo momento de felicidad en mi niñez! Me habían robado algo que nunca podría recuperar. Me sentí terriblemente engañada. Quizá tú te sientes igual. Si es así, Dios hará por ti lo que ha hecho por mí. Él te lo compensará. Él mismo será tu galardón y te recompensará por lo que has perdido.

Me di cuenta de que debía dejar de fingir y hacer frente a la verdad. Tenía algunas conductas adictivas de mi pasado. Ese pasado no era culpa de Dave, ni culpa de mis hijos. Era injusto seguir haciéndoles sufrir por algo en lo que ellos no habían participado.

CONDUCTAS ADICTIVAS

Las conductas adictivas que pueden surgir tras un abuso son probablemente interminables, pero aquí tienes una lista con unas cuantas:

  • Abuso de sustancias

    • Alcohol

    • Drogas (ilegales y con receta)

  • Obsesión económica

    • Gasto excesivo



Continues...

Excerpted from Belleza en Lugar de Cenizas by Joyce Meyer Copyright © 2012 by Joyce Meyer. Excerpted by permission.
All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.
Excerpts are provided by Dial-A-Book Inc. solely for the personal use of visitors to this web site.

From the B&N Reads Blog

Customer Reviews